“Me da mal humor que las cosas no salgan como quiero, que no se cumplan mis expectativas, que los demás no me den la razón.”
“Quiero eso, y lo quiero ya!”
“No quiero ni puedo esperar, no aguanto las colas, esperar en la consulta médica o en el banco a que me atiendan.”
¿Con cuántos de todos estos enunciados nos identificamos?
Lo que nos sucede es que no toleramos la frustración. No toleramos que las cosas no se hagan tal como lo tenemos imaginado en nuestro ideal. De ese modo es que surge, desde la irritabilidad y la falta de paciencia, las dificultades para delegar en otros tareas o roles.
Necesitamos de la inmediatez, la premisa de la falta de tiempo. No aceptamos que las cosas sigan su curso y avancen a su tiempo. Esto, aparentemente tan simple, para algunas personas es casi imposible de tolerar, lo que los lleva a intervenir constantemente, tanto en el plano laboral como familiar o social.
Cuando quienes están atrapados en la intolerancia sufren, lo hacen por la FRUSTRACIÓN que conlleva la intolerancia. Es un sentimiento o sensación sumamente desagradable, provocada por el deseo no cumplido, por el deseo no satisfecho. Para evitar adultos insatisfechos e intolerantes hay que formar jóvenes y niños fortalecidos emocionalmente.
Los niños pueden, de forma temprana, aprender a esperar, a calmar sus ansiedades, a recibir un NO como respuesta, cuando la demanda parece no acabar nunca. A aceptar que no se puede alcanzar todo lo que se desea y que eso no significa infelicidad o insatisfacción plena. A respetar tiempos y personas. A no avasallar en la demanda. A no invadir al otro con tal de satisfacer mi propia necesidad.
Niños aprendiendo a frustrarse en sus fases iniciales de formación, los hará emocionalmente más fuertes y podrán manejarse y andar por la vida más plenos, tolerantes y satisfechos y esos serán pilares en su mundo de relaciones.
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